Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

Las piezas que faltan en Egipto

Lo mucho que sabemos de la cultura de este país es lo que hace aún más enigmático e interesante lo que seguimos ignorando.

Sabemos con certeza la secuencia de hechos importantes en la historia de Egipto desde el 3000 antes de J.C., y hay bastante información acerca de al menos 200 años antes, hasta su fin como reino independiente con la muerte de Cleopatra en el 32 antes de J.C. y hasta nuestros días, lo que convierte a esa civilización en la más duradera de forma ininterrumpida en la historia humana. Por contraste, la civilización mesopotámica, origen de la escritura y de la historia misma, tiene una existencia más agitada, con divisiones y subdivisiones, y desaparece como tal seiscientos años antes que la egipcia.


Egipto, quizá gracias a su continuidad lingüística, religiosa y cultural de tres mil años, alcanzó logros que han cautivado a quienes los han conocido, desde Herodoto hasta Napoleón y esos cuarenta siglos que, decía, contemplaban a sus soldados (un cálculo bastante preciso), pasando por Alejandro Magno, cuyo general Ptolomeo fundó la última dinastía egipcia. En esa fascinación es esencial la preservación que hacen los egipcios de su realidad, ese primer concepto del devenir colectivo humano, tan claro que la egiptología moderna aún acude a la división en dinastías establecida por el sacerdote Menatón, en la historia de Egipto que escribió poco después del 300 antes de J.C.


Sobre este país, pese a su dispersión a lo largo de más de 1.500 kilómetros bordeando el Nilo, contamos con información que no tenemos de culturas de otras más recientes y localizadas, como la de los etruscos, igualmente víctima de la Roma conquistadora.
El reciente descubrimiento de una nueva tumba en el Valle de los Reyes, llamada KV 63, la primera desde el hallazgo de la de Tutankamón en 1922, con cinco momias al parecer intactas en su interior, pertenecientes a la realeza, aunque no a reyes o reinas, invita a un repaso a lo que aún se espera averiguar gracias a las excavaciones y estudios que continúan.


Así, sabemos que hubo un intenso intercambio cultural entre Egipto y Mesopotamia, pero aún no hay datos suficientes para saber si los egipcios desarrollaron su propio sistema de escritura independiente o tomaron la idea de los babilonios. Cualquiera que fuera la respuesta, no sólo arrojaría luz sobre los primeros siglos de la cultura faraónica, sino que daría material a los lingüistas para seguir desentrañando el proceso mediante el cual el hombre generó el peculiar sistema de escribir.


Sabemos, sin lugar a dudas, que lo que conocemos como Egipto estuvo habitado durante cientos de miles de años, gracias al descubrimiento de hachas de mano y poblados paleolíticos de 300.000 años de antigüedad, así como vestigios de comunidades de cazadores y recolectores anteriores al año 5.000 antes de J.C., pero aún no sabemos si la cultura egipcia surgió de tales comunidades o bien éstas fueron invadidas por otras civilizaciones procedentes de Mesopotamia.


También conocemos que Akhenatón, padre de Tutankamón, fue un hereje monoteísta que provocó una grave conmoción durante su reinado, y que a su muerte muchas de las inscripciones referidas a él fueron borradas o mutiladas tratando de ocultar a la posteridad la existencia del faraón y de negarle la inmortalidad, incluso el destino final de su cuerpo es desconocido. Muchos datos indican la posibilidad de que se trate de un cuerpo encontrado en la tumba KV 55, pero esta cuestión no está del todo comprobada. Quizá algún día podamos ver el rostro del faraón que, como dijera algún estudioso, «quiso cambiar el curso de la historia y la religión humanas».


El relato bíblico de la esclavitud de los israelitas en Egipto no parece corresponder a la realidad, y cada vez más estudiosos, incluso bíblicos, están dispuestos a aceptar que el relato del Éxodo es una alegoría o un mito cohesionador de la tribu de Israel, por otro lado nada infrecuente en las culturas humanas. Lo que no sabemos es por qué fue Egipto el elegido para la historia moralizante y unificadora de Moisés, qué elementos de la influencia del imperio de los faraones alcanzaron a la modesta población israelita situada en Palestina para fijarse en el faraón (nunca se aclara cuál) como el más importante enemigo al cual vencer para su historia fundacional como cultura.


Faraones y monumentos


Pero los grandes monumentos, la omnipresencia de los faraones, hombres y mujeres que eran dioses, la obsesión por lo preternatural y la vida después de la vida, dejan acaso el más importante hueco en nuestro conocimiento del antiguo Egipto, el de la vida cotidiana de su gente.


Pocas obras literarias, como la historia de Sinhué, nos permiten profundizar en la realidad de los egipcios comunes, de los hombres y mujeres de vidas anónimas y duras y de modestas tumbas, apenas recordados por los suyos. El hecho de que la escritura estuviera reservada a los cortesanos dictaba en gran medida su temática, y aunque existe literatura y poesía que nos permiten algunos atisbos de la vida diaria de los habitantes del imperio, seguimos sabiendo muy poco sobre el pueblo que hizo posibles los logros que hoy sobreviven del antiguo Egipto.


Quizá la microhistoria, las recetas de cocina, las costumbres educativas, las conversaciones al anochecer, sean un interés reciente en el registro del devenir humano. Sin embargo, no es difícil imaginar que para cualquiera de nosotros sería más fácil identificarnos con un trabajador de las pirámides de Giza que con un dios rey adolescente con máscara de oro.

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