Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

Misterio maya descubierto

Desde hace más de mil años, cada equinoccio de marzo y septiembre, en Chichén Itzá, los corazones de innumerables espectadores se estremecen al revivir la experiencia de la magia maya: el Sol proyecta su misteriosa sombra, los escalones del templo se van iluminando y le dan vida a la gran serpiente emplumada, que parece deslizarse por los escalones hasta que su prodigioso cuerpo desaparece sigilosamente.

La civilización maya es fascinante. Para crear la ilusión óptica de la serpiente son necesarios profundos conocimientos, como los que poseía esa civilización iniciada hacia el año 450 a.C. En su esplendor se extendía por una amplia zona del este de Mesoamérica, que cubría parte de los actuales México (estados de Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán), así como Belize, Guatemala, Honduras y El Salvador. Cuando el español Hernández de Córdoba descubrió, en 1517, la península del Yucatán la civilización maya era tan solo una sombra de sí misma. Su última fortaleza, la de Tayasal, en las profundidades selváticas guatemaltecas, caía en 1647. Pocos libros mayas, escritos en frágiles cortezas de corcho, se libraron de la destrucción. Sólo han sobrevivido 4 de ellos: el código Dresden, con estudios sobre el planeta Venus y la predicción de eclipses; el código Glolier, descubierto recientemente, con cálculos astronómicos; y los códices de Madrid y de París, más fragmentarios.

LA CULTURA. Mientras Europa permanecía en el Oscurantismo, los mayas, en su apogeo (200-900 d.C.), construían templos y centros ceremoniales de 65 metros de altura, así como esplendorosos palacios, altares y estelas. Inventaron un calendario, más preciso que el nuestro actual, predecían con precisión los eclipses, conocían con exactitud la trayectoria del planeta Venus y desarrollaron complejos sistemas de escritura y de técnicas agrícolas. Todo ello lo hicieron sin la ayuda de herramientas metálicas, de animales de carga o de la rueda (que, curiosamente, era usada en sus juguetes para los niños). Desde sus primeros asentamientos en Dzibilchaltún (norte de Yucatán) y Petén (Guatemala), la pétrea herencia cultural de sus ciudades ha sobrevivido espectacularmente en lugares como Palenque, Tikal, Chichén Itzá, Copán o Uxmal, llegando a lugares como Oaxaca, Bonampak, Yaxchilán o Chinkultic, en contraste con la miseria en que hoy día viven varios millones de descendientes mayas.

La arquitectura y pintura mayas estuvieron muy desarrolladas, y alcanzaron fama las grandes figuras de piedra de Chac-mool y de los Atlantes de la región de Chichén Itzá. Su sentido artístico era tan alto que no tenían palabras para distinguir entre las palabras escribir y pintar. Ello quedaba plasmado en toda clase de materiales: jade, obsidiana, piedra caliza. Con un yeso calizo decoraban y esculpían sus edificios, con imágenes fantásticas de pájaros y seres sobrenaturales. Su pasión por la pintura les hacía cubrir con murales u otros motivos las paredes de sus edificios, decorar sus vestidos con pieles y plumas coloreadas, pintar llamativamente gran parte de sus cuerpos e incluso colorear los huesos de las tumbas reales mayas.

MISTERIOS. Hacia el año 900 d.C. la civilización maya misteriosamente decayó, abandonando los principales centros ceremoniales, que, poco a poco, fueron sepultados por selvas tales como las de Chiapas y Guatemala. Posiblemente, el fenómeno estuvo relacionado con una alta densidad de población y con un extenso periodo de sequía.

Si misteriosa fue su desaparición otro tanto ocurre con su nacimiento. Se sabe que la primera civilización mesoamericana fue la olmeca (1200 a. C.- 500 a. C.), pero hasta muy recientemente no se conocía nada sobre sus sucesores, precursores de los mayas: los epiolmecas. Pero, en 1986, se produjo el hallazgo de la Estela 1 en La Mojarra, Veracruz, que es una plancha de 4 toneladas de roca con múltiples columnas de textos glifos (figuras simbólicas o caracteres). Su estudio y comparación con otros restos epiolmecas ha sido realizado principalmente por los arqueólogos Justeson y Kaufman. Al descifrarlos, recientemente, se ha comprobado que conocían que la órbita de Venus era de 584 días, aclarando también su carácter precursor del lenguaje y de la escritura mayas.

Y si misteriosos son el comienzo y final de la civilización maya otro tanto sucede con su contenido: ceremonias, juegos, etc. Pero nos referiremos a ellos sino a un aspecto de su arte: el misterio del azul maya.

EL AZUL MAYA. Los mayas usaban, como punto de partida para sus colores, sustancias de origen mineral, vegetal e incluso animal (insectos), y los arqueólogos que han estudiado el tema siempre se habían sentido intrigados por la belleza y resistencia de su color azul. El arqueólogo Merwin lo mencionó en 1931 y pronto se demostró que el definido como azul maya era distinto a todos los conocidos y usados, por ejemplo, en las pinturas antiguas o medievales europeas. Aparte de su belleza, es extraordinariamente resistente a los ácidos diluidos, álcalis, disolventes, oxidantes, reductores, calor moderado e incluso biocorrosión. Por ejemplo, las pinturas del yacimiento de Bonampak durante siglos han mantenido su color en un ambiente de selva, lluvioso y caluroso.

Todos los misterios pueden ser aclarados, y ello acaba de suceder, respecto al azul maya, gracias al equipo de investigadores mexicanos de la UNAM dirigidos por M. José Yacamán. En el último número de la revista SCIENCE publican sus hallazgos, obtenidos mediante el uso de sofisticadas técnicas instrumentales: microscopio electrónico de alta resolución, espectroscopía de pérdida energética electrónica, microanálisis de rayos X, etcétera. Los resultados han demostrado que el azul maya contiene arcillas, principalmente paligorskita mezclada con algo de sepiolita y de montmorillonita, que por sí mismas son polvos blancos. También contiene índigo, un colorante de origen vegetal, presente en plantas del género Indigofera e Isatis, que era conocido por las antiguas civilizaciones de Asia, Egipto, Europa y precolombinas. Pero el índigo es poco resistente a los agentes químicos o físicos. La clave de la obtención del azul maya, descubierta por los investigadores, era el calentamiento de las arcillas con el índigo a 150 ºC durante 20 horas. Nosotros podemos saber, ahora, que con ello se produce una cristalización especial con lo que los cristales de paligorkita forman una malla característica en la que quedan incrustadas dos tipos de partículas, de tamaño nanométrico. Las situadas interiormente poseen residuos metálicos, principalmente de hierro, mientras que las superficiales contienen principalmente óxido de silicio. En esencia, que los mayas fueron también unos refinados conocedores de la Química.

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