Lejanas vacaciones
Los humanos conocemos, desde los tiempos más remotos, que los viajes pueden suponer un riesgo para la salud. En algunos relatos bíblicos se hacen referencias a los contagios que podían contraer algunos viajeros. Ya, hacia el año 400 antes de Cristo, el padre de la Medicina, el gran Hipócrates, describió la más usual de las complicaciones de los viajeros, la diarrea, alertando sobre las aguas estancadas como causantes de diarreas, disenterías y fiebres intermitentes. Hipócrates realizaba la acertada recomendación de hervir el agua antes de beberla.
Las enfermedades contagiosas como la malaria, el cólera, el SIDA o el reciente y tristemente famoso virus Ébola, son peligros al acecho, en muchos lugares de la Tierra. Por referirnos a unos pocos lugares y situaciones a los que la Organización Mundial de la Salud presta atención especial podríamos citar algunas. Entre ellas, el dengue, en algunos puntos de Australia y Costa Rica; la disentería resistente a medicamentos, en Burundi; la fiebre amarilla, en Kenia; la fiebre de Lassa, en África Occidental; la fiebre del valle del Rift, en Egipto; ciertas formas de cólera, en Bangladesh, etcétera.
PRECAUCIONES. Por ello, el viajero con destino a lugares exóticos lejanos, debe informarse sobre la situación sanitaria de la zona que visitará, así como de las prestaciones de su seguro médico de viaje, ya que, en muchos lugares, los servicios médicos están muy alejados de los que consideramos como normales en nuestro entorno. Como ejemplo, en un popular libro turístico sobre una de las islas indonesias más escogidas para un viaje de placer, la paradisiaca isla de Balí, se recomienda que, en el caso de sufrir allí una emergencia real, lo mejor fuera trasladarse inmediatamente hasta la más occidentalizada Singapur. Pero ello, de no estar cubierto por el seguro médico de viaje, si se necesita el concurso de un avión especial, podría superar un importe de más de cuatro millones de pesetas.
Lo que vamos a comentar son otros aspectos relacionados con la salud y los viajes, específicamente los ligados al propio largo desplazamiento aéreo, que puede significar muchas horas, para trasladarnos hasta meridianos muy diferentes al de partida, con la correspondiente inadaptación horaria. Este es un fenómeno de desincronización fisiológica ocasionada por los largos recorridos Este/Oeste o viceversa, realizados a tan gran velocidad que imposibilitan que las funciones de nuestros cuerpos se asimilen a las nuevas zonas horarias. Una vez que se rompe el ritmo, aparecen ciertos síntomas que son bien conocidos por los viajeros: fatiga, problemas de sueño, desorientación, desconcentración, malestar, indolencia, trastornos gastrointestinales, etcétera. Se estima que una adaptación adecuada necesitaría aproximadamente un día por cada unidad de diferencia horaria. Ello se debe a que buena parte de nuestros complejos procesos fisiológicos están regulados mediante los denominados ritmos biológicos o circadianos. Entre ellos se encuentra el más conocido, que gobierna la transición entre sueño y vigilia, pero hay otros que comprenden numerosos controles sobre el hambre, digestión, temperatura corporal, producción de orina o la propia síntesis y liberación de buena cantidad de hormonas.
MELATONINA. En los últimos años, los científicos han podido conocer, de un modo cada vez más preciso, que existe una hormona que tiene un papel protagonista en todo ello. Se trata de la melatonina, protagonista en el control de los ciclos circadianos, dependiendo la biosíntesis de esta hormona de los ciclos luz/oscuridad. Concretamente la síntesis de la melatonina solo tiene lugar en la oscuridad, de modo que el pico de su formación se presenta usualmente hacia la madrugada. Las señales de luz/oscuridad se captan a través de nuestros ojos, llegando al nervio óptico, cuyos impulsos nerviosos alcanzan a la glándula pineal o epífisis, una pequeña glándula de forma cónica que se localiza en el mesencéfalo cerebral. Allí se producen una serie de derivados biológicamente activos a partir del aminoácido triptófano, un aminoácido esencial que, al no poder sintetizarlo nuestro cuerpo, ha de estar presente en la dieta. Entre esos derivados se encuentra la serotonina, un conocido neurotransmisor.
En la oscuridad, en ausencia de luz, hay una gran actividad de una enzima especial acetilante, que convierte la serotonina en acetilserotonina que, tras otra pequeña transformación enzimática, no dependiente del ciclo luz/oscuridad, produce la hormona melatonina. Esta hormona interviene en numerosos procesos, algunos conocidos y otros no. Entre los primeros figuran la regulación de la glándula adrenal (secreción de catecolaminas) y la de las funciones hormonales gonadales, etcétera. También es bien sabido que la mayor secreción nocturna de melatonina lleva a múltiples efectos adaptativos, como reducir las necesidades alimentarias, las actividades sexuales, o la actividad de ciertas enzimas. Por esta causa, los ciegos, en los que esté imposibilitada la acción de la luz sobre su nervio óptico, suelen sufrir ciertos desórdenes del sueño.
CONSEJOS. El desajuste horario tras un largo desplazamiento significa una modificación en los niveles de la melatonina. La melatonina, cuya estructura química es relativamente sencilla, se ha sintetizado artificialmente, por lo que se dispone fácilmente de ella y se han podido realizar ensayos de su suministro a viajeros de largos trayectos aéreos, con resultados muy positivos respecto a la reducción del desajuste provocado por el cambio de zonas horarias. Por otra parte, se ha demostrado que la exposición a la luz, aun en muy pequeñas cantidades, reduce la producción de esa hormona por lo cual se han llegado a proponer varios mecanismos del control de la iluminación a lo largo de los desplazamientos, para contrarrestar los desajustes comentados. En el futuro, seguro que se hablará mucho de esta hormona. En el caso de trayectos aéreos nocturnos desde el Oeste al Este una recomendación, de tipo práctico, sería la de procurar mantenerse en la oscuridad, usando si es necesario un antifaz para los ojos, así como intentar dormir lo más posible.
En cuanto a la hinchazón de los tobillos y pies, característicos de los largos viajes en avión, se debe a la postura sentada estática prolongada, no al propio viaje u otras condiciones. Ello ha podido ser demostrado en experiencias que ha realizado la compañía Lufthansa en vuelos reales y en vuelos simulados, en tierra, con voluntarios. Los resultados, similares en ambos casos, pueden indicaron que se pueden acumular en esas condiciones hasta dos kilos de fluidos, en las extremidades inferiores, al estar restringida la circulación sanguínea normal. Ello fuerza al fluido acuoso a salir de la corriente sanguínea pasando a los tejidos de la parte inferior del cuerpo y piernas. Hasta que las compañías aéreas no proporcionen a los pasajeros asientos totalmente reclinables, el sistema de lucha contra este fenómeno sería el de levantarse de vez en cuando, moverse, estirarse o andar algo. Como consecuencia de ello, Lufthansa, en vuelos intercontinentales, proyecta un vídeo de doce minutos recomendando ciertos ejercicios y el ejemplo ha sido seguido, mediante sistemas parecidos, por las compañías Air New Zealand y Nothwest Airlines.
Una tercera complicación de los largos viajes aéreos se ocasiona por el origen del aire que se respira en las cabinas presurizadas. En las aeronaves, el aire fresco es captado a través de los reactores del avión que lo bombean al interior pero, como medida de ahorrar combustible, una buena parte del aire está reciclándose continuamente. Muchos expertos ligan este hecho con la existencia del llamado síndrome del reactor, asociado a dolores de cabeza y náuseas. Otra consecuencia es que, a bordo del avión, la humedad interior raramente supera los límites del 2 al 10% por lo que casi toda la humedad del aire de la cabina procede de los pasajeros. Ello posibilita la presencia de posibles contaminantes químicos en el ambiente del aire recirculante y que se incremente la posibilidad de transmisión de enfermedades infecciosas desde los pasajeros infectados, vía aérea.
El proceso tiene lugar a través de microgotas aerosólicas, viéndose favorecida la transmisión por la sequedad ambiente, que irrita los pasajes nasales, que constituyen una barrera natural corporal contra las infecciones. Por ello, no es una mala recomendación la de procurar una adecuada humidificación de nuestros conductos nasales durante los largos trayectos aéreos que puedan llevarnos en esta época vacacional desde nuestra realidad cotidiana hasta los lejanos paraísos soñados.