El dilema
Con sus siete propuestas de concesión para los Premios Oscar del año, el filme "El dilema" (The Insider) constituye una de las más interesantes aportaciones cinematográficas de la temporada. Lo que su director, Michael Mann, ha pretendido es "hacer un drama en el que se intenta descubrir la verdad que se esconde tras los hechos que todos conocen".
El protagonista, un personaje real, como tantos otros de los que intervienen en la trama narrada, es Jeffrey Wigand, un científico y alto ex directivo de la compañía tabacalera Brown & Williamson (B & W, perteneciente a la multinacional British American Tobacco, la BAT). Ha sido magníficamente encarnado por Russell Crowe, quien supera interpretativamente a Al Pacino (quien encarna al periodista de Investigación televisivo Lowell Bergman). La historia es reciente: En los pasados años, hasta 49 estados americanos han litigado contra la industria del tabaco, basándose en incontables y gravísimas acusaciones contra ella, de las que se pueden destacar dos. La primera es que, aun sabiendo las grandes compañías los resultados de variadas investigaciones científicas realizadas, negaran conocer los efectos nocivos de la nicotina y de otros componentes del tabaco. Así lo hicieron en una Comisión del Congreso americano, bajo juramento, los presidentes de las siete principales empresas tabaqueras. Otra acusación diferente fue la de utilizar aditivos para reforzar los efectos adictivos de la nicotina.
WIGAND-BERGMAN. Fue en noviembre de 1995 cuando el Dr. Wygand testificó en contra de B & W, en Nueva Orleans, en una acción legal emprendida contra la empresa. Como es comprensible que ocurra en cualquier creación artística, en el filme "El dilema" se ofrece una dramatización demasiado simplificada de la gran batalla desigual entablada contra los poderosos enemigos, por un medio-héroe (el Dr. Wigand, de facetas complejas) y el héroe-total, interpretado por Al Pacino, quien defiende las posiciones más idealistas sobre la necesidad, el derecho o los modos de la información. Sin embargo, sin negar el papel importante juzgado por este episodio en la historia global, hubo más protagonistas en esa batalla legal, aun no finalizada, cuya suspensión les costó a las compañías tabaqueras una enorme cantidad que superó los trescientos mil millones de euros. Repasaremos en esta colaboración algunos de los aspectos científicos de la cuestión.
Desde los años 50 se tenían datos científicos confirmatorios sobre la naturaleza carcinogénica del tabaco. Incluso numerosos documentos internos científicos elaborados por las grandes industrias tabaqueras, y mantenidos secretos al público, así lo reconocían recomendando intentar producir cigarrillos menos peligrosos y carcinogénicos. Respecto al carácter adictivo de la nicotina, las multinacionales tabaqueras, hasta hace poco tiempo lo han negado, pero lo cierto es que, internamente, desde los años 60 lo conocían y, lo que es peor, lo utilizaban como un factor esencial para conseguir la fidelización de los fumadores. Para ello, ensayaron múltiples sistemas para conseguir incrementar ese carácter adictivo, aunque el tabaco contuviese dosis menores de nicotina. El caso del Marlboro es una buena indicación de ello.
CASO MARLBORO. En los 60 la compañía Philips Morris era la sexta compañía tabaquera más importante en Estados Unidos. Se vendían más del triple de cigarrillos Winston, de la competencia, que de Marlboro. Sin embargo, pocos años después, en 1978, Marlboro contaba con una cuota mundial de ventas del 20%, el mayor consumo que cualquier otra clase o marca, representando la mitad de todos los cigarrillos rubios consumidos por los jóvenes menores de 17 años. ¿Era un milagro comercial?. No, más bien se trató de un tremendo fraude científico.
La curva de incremento de ventas corrió paralela a la del incremento de la utilización en la fabricación de los cigarrillos de un papel adicionado con amoniaco. Las cajetillas indicaban correctamente que el contenido de nicotina y de alquitrán era una tercera parte que el del tabaco normal. Pero ignoraban la existencia de informes científicos, mantenidos secretos, que demostraban que el mayor pH producido por la adición del amoníaco provocaba que llegase directa y rápidamente al cerebro una mayor cantidad de nicotina adictiva, mayor incluso que con los cigarrillos normales. Los consumidores permanecieron ignorantes de ello, mas no así los competidores, quienes pronto usaron técnicas análogas: Merit, Kool, etcétera.
Pero, el 12 de mayo de 1994 llegó anónimamente hasta el despacho del profesor Stanton Glantz de la Universidad de California, en San Francisco, un paquete que contenía más de 4.000 páginas de 30 años de documentos secretos procedentes de las industrias tabaqueras, fundamentalmente de B&W y su multinacional BAT. Aunque el remitente ha permanecido siempre anónimo, posiblemente podríamos enlazar esta historia con la del Dr. Wigand antes relatada. Lo cierto es que ello supuso el inicio de una serie de actuaciones y poner a la luz una gran multitud de informaciones hasta entonces secretas.
El propio Dr. Glantz, colaborando con otros científicos, en su libro The Cigarette Papers, publicado por la Universidad de California, explica el contenido de estos documentos, también disponibles en CD-ROM y en Internet (http://www.library.ucsf.edu/tobacco/ ). También, otras muchas organizaciones se han encargado de reunir, clasificar y ofrecer al público la gran cantidad de informes científicos existentes al respecto. De todas ellas, por su objetividad, seriedad y rigor merece la pena destacar los que se encuentran en la dirección http://www.ash.org.uk/papers/additives.html
HOY. ¿Está hoy ya todo bien encauzado?. En absoluto. Científicamente poseemos algunos conocimientos sobre los mecanismos moleculares y genéticos de la adicción y la acción nicotínica, que son bastantes semejantes a los de la cocaína o morfina. Pero, por fijarnos solo en un aspecto diferente, ¿qué sucede con el resto de aditivos del tabaco?. Antes de 1970 casi no se añadían aditivos al tabaco. Ahora son casi innumerables. La mayoría de ellos no son necesarios para el proceso productivo sino lo que buscan son efectos placenteros o adictivos. Por ejemplo, solo en la Unión Europea se pueden usar más de 600 de ellos y únicamente las empresas manufacturadoras conocen cuáles son los que realmente se utilizan, en qué marcas, y en qué cantidad. No basta con saber que tales aditivos, directamente, no son tóxicos, ya que también pueden provocar consecuencias externas indeseables o intensificar el hábito de fumar. Además en la combustión del tabaco se originan más de 4.000 sustancias químicas, muchas de ellas poco saludables e, incluso, carcinogénicas.
La conclusión es obvia: es imprescindible la existencia de un mayor control científico y legislativo sobre la manufactura del tabaco, aparte de que todos tenemos derecho a saber qué es lo que realmente contiene un producto tan peligroso, adquirible y consumible libremente por cualquier persona. El calificativo de peligrosos no es gratuito. ¿Qué pensaríamos de la seguridad de los transportes aéreos si en España, cada día, se produjese una catástrofe aérea en la que muriesen todos los ocupantes de un avión de tamaño medio?. Los efectos del tabaco son peores. Este año, como todos los demás, en la Unión Europea morirán prematuramente más de medio millón de personas como consecuencia de su hábito de fumar. ¿Cuántas de esas muertes se deberán al propio tabaco y cuántas otras a los aditivos que usa la industria tabaquera, de una forma interesada y poco transparente?. Este dilema puede ser resuelto por la Ciencia y por la Ley y aunque su solución no merezca ningún Oscar el empeño bien merecería la pena.