Radón: un huésped peligroso
El carcinógeno ambiental más importante conocido, tras el humo del tabaco, es el gas radón. No se ve, no tiene sabor, no irrita los ojos ni nos produce dolor de cabeza que pueda alertarnos de su presencia y se acumula en nuestros hogares, en el interior de las viviendas, en el aire que respiramos.
Mientras que están regulados y controlados el medio kilo de alimentos diarios que ingerimos o los poco más de dos litros de agua que tomamos en total, nada de ello ocurre con los más de 25 kilos diarios de aire que inhalamos en el interior de los correspondientes edificios en los que trabajamos, vivimos o dormimos.
RADÓN-222. ¿De dónde procede el radón y más específicamente su isótopo, el radón-222?. En la composición de la corteza terrestre uno de los participantes es el uranio-238 que, en la serie radiactiva natural, se transforma en radio-226 que, a su vez, puede convertirse en el gas radón-222 que, por sí mismo y por sus productos de desintegración de vida corta, proporciona una cierta dosis de radiación. Por tanto, el gas radón se produce de un modo natural, en pequeñas cantidades, no solo en el suelo, sino incluso en los propios materiales de construcción. Pasa por emanación a la atmósfera, desde donde puede ser inhalado en concentraciones que lógicamente son mayores en lugares cerrados e interiores de viviendas que en el exterior, donde se diluye tanto que deja de constituir un peligro.
Asimismo, como las aguas subterráneas se infiltran a través del suelo y rocas, otra posibilidad de contaminación es que se disuelva en ellas una porción del gas radón. El radón no parece constituir una amenaza grande si se ingiere con el agua, pero sí en los pulmones, es decir, cuando se emite desde el agua al aire y se inhala por las vías respiratorias. En cualquier caso, en condiciones normales, la dosis media que una persona recibe anualmente por la inhalación de radón o de sus productos de desintegración alcanza la cantidad de 1 milisievert (mSv), es decir, el equivalente a la mitad de todas las radiaciones recibidas, incluidas las originadas por las diversas actividades humanas: explosiones nucleares, instrumentos, aparatos, pantallas, usos médicos, etcétera.
Está claramente establecida una relación estrecha entre la inhalación de radón y la incidencia de cáncer de pulmón. También se ha demostrado que en los fumadores se incrementa grandemente la susceptibilidad al respecto, de modo que, en ellos, el riesgo de contraer cáncer de pulmón inducido por el radón queda multiplicado por un factor superior a diez respecto al de los no fumadores. Incluso ese riesgo está también importantemente aumentado en los fumadores pasivos.
PELIGROS. Todo ello no debe llevarnos a la conclusión de que nuestros hogares o lugares de trabajo son extremadamente peligrosos. Concretamente, la concentración de radón en un edificio es un reflejo del contenido de uranio y radio del suelo sobre el que se levanta, pero también de las propiedades fisicoquímicas del terreno: su porosidad o su carácter arcósico (con contenidos superiores) o arcillosos (contenidos inferiores). También influyen mucho los materiales usados en la construcción, sobre todo en la cimentación, así como la presencia de vías de salida del gas tales como grietas en el suelo o las paredes. Evidentemente la acumulación del gas dependerá de modo muy importante de la existencia o no de una adecuada ventilación.
¿Cuál es la situación en nuestro país? : Algo sabemos. El Centro de Investigaciones Medio Ambientales, con el apoyo o colaboración material y humana del Grupo de Física de las radiaciones de la Universidad Autónoma (Barcelona), el Consejo de Seguridad Nuclear y la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos, ha realizado unas campañas de medida en las ciudades de Madrid y Barcelona. Para ello han utilizado durante dos años más de dos mil dosímetros especiales de gas radón, dotados de detectores de policarbonato de bisfemol-A. Esos dosímetros se situaron en un total de 661 viviendas, frecuentemente más de uno por vivienda, cuyas características fueron diversas: unifamiliares, de bloques, a diferentes alturas, etcétera.
NIVELES. Aunque los dosímetros miden concentraciones de radón, los valores se pueden convertir en los equivalentes de radiación anual, cuya media mundial recordemos que es del orden de 1 mSv. Los correspondientes organismos internacionales recomiendan la adopción de decisiones correctoras de la situación en las viviendas de nueva construcción cuya radiación supere los 5 mSv/año o en las antiguas si se superan los 10 mSv. En Madrid, por encima de estos valores de alarma se encontraron respectivamente el 3% y el 2% de las viviendas examinadas, siendo la media general de 1,6 mSv, mientras que en Barcelona esos porcentajes, en cada caso, siempre fueron inferiores al 0,5%, con una media general de 0,9 mSv/año. Como es lógico, a las viviendas unifamiliares, de poca altura, les correspondieron los valores más altos superando su media el doble de la correspondiente a las de tipo bloque. Conforme se descendía en altura, las concentraciones de radón iban aumentando, de modo que mientras el 100% de los sótanos superaron el valor de referencia de 1 mSv, el porcentaje ya era inferior al 50% en las primeras plantas. En Madrid los valores más altos, en relación con Barcelona, se deben a su suelo arcósico, más rico en radiactividad natural que el sedimentario de Barcelona.
Los datos obtenidos avalan el interés de que se realicen estudios semejantes o parecidos en las diversas regiones españolas, a fin de determinar cuáles son las zonas más peligrosas para tomar medidas de corrección que son relativamente factibles y baratas. Consisten, junto con una adecuada ventilación, en reparar los defectos existentes que facilitan la emisión del gas radón: las grietas en los suelos, en las juntas pared-suelo o en las paredes, la eliminación de holguras alrededor de tuberías, o la reducción de cámaras en las paredes. Por otra parte, estudios de este tipo serían de gran utilidad que se llevasen a cabo, con carácter previo, antes de acometer la iniciación de grandes urbanizaciones, sobre todo en las que predominen los edificios de poca altura y los unifamiliares.
De cualquier modo, aunque sea muy pequeño el número de investigaciones realizadas al respecto en España, parece que, por ahora, los valores encontrados para las concentraciones de radón siguen una pauta parecida a la media del resto del mundo. Habría que realizar determinaciones generalizadas a fin de detectar y posteriormente corregir aquellos casos en los que la acumulación del radón constituya un peligro para la salud.