Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

El gran reto del Alzheimer

Si continúan las tendencias actuales existentes al respecto, todo indica que el número total de personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer se irá duplicando, en el futuro, cada 20 años. Respecto a su prevalencia, cada década se doblará, en la población con edad superior a 65 años, en la que ya alcanza una cifra del 10 % en los mayores de 65 años, mientras que es del 20 % para la población que supera los 75 años, y del 40 % para los que doblan los 85 años.

Paulatinamente, mientras que la vida media de los humanos se alarga, las enfermedades degenerativas alcanzan un mayor protagonismo. La enfermedad de Alzheimer, precisamente, es un desorden degenerativo que ataca al cerebro y desemboca en la demencia. Por ello, actualmente, se calcula que es responsable de más de la mitad de todas las demencias existentes, demencias que abarcan un conjunto general de síntomas caracterizados por un deterioro intelectual que consigue dañar muy gravemente las actividades cotidianas y las relaciones sociales de los afectados, llegando hasta extremos como la incapacidad del reconocimiento de los seres más próximos o la pérdida de personalidad y la incontinencia. Los enfermos terminan necesitando una permanente y especializada ayuda. Todo ello, en conjunto, supone unas graves repercusiones familiares, sociales, médicas y económicas. Ante la magnitud del problema es comprensible que se haya iniciado una intensa labor investigadora para conocer las causas y, en su caso, para corregir el desarrollo de la enfermedad. En consonancia con esta sensibilidad, recientemente, el Parlamento europeo ha pedido una especial atención para el tema, a través de una mayor financiación específica dentro del subprograma BIOMED de Investigación del IV Programa Marco de la Unión europea. Aunque los resultados obtenidos, a escala mundial, estén todavía en sus inicios, alcanzar un mejor conocimiento genético, molecular y celular, al igual que lo que está sucediendo con el SIDA, nos permitirá abrigar esperanzas de conseguir próximos avances terapéuticos reales.

PROTEINA AMILOIDE. Estamos comenzando a tener una idea global del proceso de la enfermedad y, con ello, de los posible lugares eficaces de actuación terapéutica. Desde hace unos años se sabe que, entre otras consecuencias de la enfermedad, en el cerebro tiene lugar un gran incremento de la producción y del depósito, intra y extracelularmente de las células neuronales, de un tipo de proteína denominada beta-amiloide. Ha sido realmente importante el descubrimiento de que esa deposición comienza tempranamente, a veces décadas antes de que ocurran las evidencias patológicas, como las diversas lesiones cerebrales y los síntomas clínicos concretos. Por ello, la idea central actual del abordaje del problema consiste en conocer anticipadamente la identificación de las etapas iniciales del proceso patogénico, puesto que, si se consiguiese detener o inhibir alguna de esas etapas, seguramente también se detendría, o retardaría, el curso de la enfermedad.

LOS GENES. Desde mediados de 1995, diversas investigaciones aparecidas en las más relevantes revistas científicas mundiales están permitiendo profundizar en el enigma de esta enfermedad, en cuyas formas familiares están implicados varios genes. Hasta ahora, se han caracterizado cuatro tipos diferentes de genes, que cuando están alterados colaboran en el desarrollo de la enfermedad. Las modificaciones del gen bAPP (precursor de la proteína beta-amiloide), situado en el cromosoma 21, hace que se incremente anormalmente la secreción relativa de proteína amiloide A-beta42, en comparación con la también proteína amiloide A-beta40. El segundo gen descubierto implicado, situado en el cromosoma 19, codifica o posee la información, para sintetizar la proteína conocida como apolipoproteína E. Cuando existen mutaciones que afectan a los dos ejemplares de este último gen, es decir, se es homozigoto respecto a su modificación (los genes los poseemos por duplicado, procedentes de nuestra herencia paterna y materna), los pacientes desarrollan formas muy tempranas, anteriores a los 65 años, de la enfermedad de Azheimer y sus depósitos amiloides son más densos.

A los otros dos genes identificados se les ha bautizado como presenelina 1 y presenelina 2 (PS1 y PS2). En ellos ya se ha descubierto la existencia posible de más de 30 mutaciones y, aunque quedan por conocer muchos aspectos respecto a su función, lo cierto es que su alteración aumenta la cantidad y la densidad de la placa amiloide A-beta42.

EL PROCESO. Todos los datos conocidos hasta la fecha apuntan a que el fenómeno de la acumulación de proteína beta-amiloide es una etapa necesaria, pero no suficiente en sí misma, para el desarrollo de la enfermedad, siendo precisos además que ocurran determinados cambios moleculares y celulares, antes de que se provoquen daños evidentes al sistema límbico cerebral o de que se desarrollen signos de demencia. Todo ello es concordante con cinco destacados hechos conocidos al respecto:

1. Los pacientes mongólicos suelen mostrar placas amiloides a edades tempranas, pero sus síntomas de Alzheimer acostumbran a desarrollarse hacia los cincuenta años.
2. Ciertas personas mayores presentan depósitos cerebrales beta-amiloides incrementados, pero difusos, sin la densidad de los característicos de la enfermedad de Alzheimer. Tales casos no suelen ir acompañados de la patología de característica de esa enfermedad.
3. En cultivos de neuronas, realizados en el laboratorio, se ha demostrado que los agregados beta-amiloides filamentosos dañan a las células neuronales y activan a otras células especiales, las microglía.
4. Se han podido fabricar ratones transgénicos que poseen genes beta-APP mutados. Estos ratones han desarrollado, con la edad, fenómenos semejantes a los de la enfermedad de Alzheimer. Entre estos fenómenos se pueden señalar tanto una anormal deposición amiloide como pérdidas de memoria.
5. Existen otras patologías humanas que conllevan deposiciones amiloides. En ellas, cuando se consigue disminuir la producción de proteína amiloide, mejora la situación patológica.

En resumen, tal como el Dr. Selkoe exponía recientemente en la revista SCIENCE, el éxito de la aplicación de las aproximaciones genético-molecular y biológico-celular a esta enfermedad hace factible esperar que, a corto plazo, o medio plazo será podrá intervenir en las etapas previas, precursoras de la enfermedad, con lo que se logrará su cese o, al menos, un retardo considerable de su evolución.

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