Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

El cirujano y el unicornio

El cirujano y el unicornio

Ambroise Paré, padre del arte quirúrgico, demolió el mito sobre los poderes del
‘cuerno de unicornio’ contribuyendo así al desarrollo de la ciencia


Lo que hoy conocemos como método científico es, en realidad, un recién llegado a la historia del pensamiento humano como cuerpo integrado de procedimientos y aproximaciones para adquirir conocimientos. Si bien hay jirones del método presentes en toda la historia humana, no fue sino hasta 1650 que se aceptó, en la Real Sociedad de Londres, la idea de que la evidencia experimental es el árbitro principal de la verdad, y aún hubieron de pasar 300 años para que en 1950 se hiciera el primer estudio de doble ciego, considerado hoy esencial para evaluar medicamentos y prácticas terapéuticas en general.


En el lento y desigual desarrollo del método científico, que con frecuencia tenía que enfrentarse al dogma de una u otra religión, o a silogismos y argumentos bien o mal construidos, pero falsos, así como a esa sabiduría popular que en muchas ocasiones no es sino ignorancia glorificada por la conveniencia de algunos, hay momentos especialmente luminosos. Uno de ellos nos lo legó Ambroise Paré (1510-1590), barbero cirujano francés considerado como uno de los padres de la cirugía moderna, que fue especialista en lesiones por armas de fuego y flechas, probablemente el primer hombre que aprendió a ligar una arteria y que, cuando no estaba en la guerra, alternaba su experiencia entre la atención a reyes y nobles y la que prestaba a los pobres de París.


A mediados del siglo XVI, el cuerno de unicornio se vendía como carísima panacea, curalotodo como hubo muchos antes y como siguen existiendo hoy. Era buscado por los poderosos, ante todo, porque supuestamente neutralizaba todos los venenos en años en que este elemento era frecuente mediador en las disputas por el poder. Y pese a que el unicornio no existía, numerosos médicos lo ofrecían a sus pacientes, ya sea con ánimo de engaño o bien engañados a su vez por mercaderes que, sincera o chapuceramente, juraban tener la potente materia prima, en realidad dientes de narval, cuernos de rinoceronte o marfil tallado. Descrito por primera vez por Ctesias y retomado por Aristóteles, el unicornio adquirió vida propia como leyenda en la Edad Media, asumiendo distintas connotaciones simbólicas, pero también se aferró a sobrevivir en las obras de historia natural. Quizá, podríamos pensar, el unicornio era demasiado bueno como para no ser cierto.


El demoledor del mito fue Paré, que tuvo acceso a cuernos de unicornio como médico, entre otros reyes, de Enrique II de Francia y de su esposa, Catalina de Médicis, recordada como inventora de los tacones altos del zapato femenino y, de manera menos inocua, como envenenadora política en sus años tardíos. Como regalo por la boda de la pareja real, el propio Papa Clemente VII regaló al padre del rey un trozo de cuerno de unicornio.
Como los ricos y famosos temen a timadores y estafadores, circulaba entre ellos una serie de pruebas que recomendaban diversos autores para comprobar la «genuinidad» del cuerno de unicornio antes de entregar oro a cambio de él. Por ejemplo, poner el cuerno con varios escorpiones en un recipiente y esperar cuatro horas; si los escorpiones estaban muertos o moribundos, el cuerno era legítimo. O bien, poner una araña en una superficie y dibujar a su alrededor un círculo con el cuerno o bien poner el cuerno en agua, mojar el dedo en ella y dibujar el círculo con dicha agua de unicornio; en cualquiera de los casos, la araña no cruzaba el mágico límite. Pero nadie parecía llevar a cabo tales pruebas, conformes con su existencia o con testimonios de terceros de que se habían realizado con éxito.


Acabar con el mito


Paré simplemente puso a prueba tales demostraciones con diversos trozos de cuernos de unicornio supuestamente genuinos. Sus pruebas no dieron resultado alguno: cuando se acercaban al cuerno plantas venenosas, éstas no se marchitaban y estallaban; cuando se remojaba el cuerno en agua, ésta no entraba en ebullición; cuando se ponía con escorpiones o arañas, los artrópodos no parecían impresionarse.


Los resultados de su exploración sobre el cuerno del unicornio fueron publicados por Ambroise Paré en El Discurso del Unicornio, donde resume los problemas que implica el mítico ser, empezando por las tremendamente diversas descripciones que pretenden retratarlo, y siguiendo con las muy distintas prácticas terapéuticas contradictorioas recomendadas para su uso, desde consumirlo en polvo o en agua en la que se hubiera remojado hasta colocarlo «cerca» del punto de entrada del veneno. Los relatos sobre príncipes indios que vivían sin enfermedad alguna por beber en copas de cuerno de unicornio lo hacen denunciar lo que llama «promesas imposibles». La variedad de afirmaciones a su alrededor lo hace sospechar de todas ellas.


Así, además de hacer una valiosa historia natural del unicornio y un acucioso análisis de los muchos animales que podrían haber contribuido a la leyenda (incluidos el narval, el rinoceronte y el pez sierra), así como presentar los argumentos de autoridad indispensables en las obras de la época, Paré ofrece lo esencial: «Aseguro, después de haberlo probado varias veces, no haber conocido jamás ningún efecto del cuerno pretendidamente de unicornio». Y, por supuesto, se guarda de los que puedan dudar de él: «Si alguno no desea creerme, que haga los experimentos como yo, y conocerá la verdad contra la mentira». Lo que no era poco en el siglo XVI, sobre todo porque el cuerno de unicornio no desaparecería de la farmacopea europea hasta 200 años después.

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