Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

Las abejas asesinas africanas

Los ecosistemas guardan un equilibrio tan complejo que, frecuentemente, pequeñas alteraciones aparentemente insignificantes pueden ocasionar consecuencias imprevistas

Los ecosistemas guardan un equilibrio tan complejo que, frecuentemente, pequeñas alteraciones aparentemente insignificantes pueden ocasionar consecuencias imprevistas. Así ocurrió cuando en 1956 un genético brasileño importó algunas abejas reinas procedentes de Sudáfrica para intentar su cruce genético con la variedad usual doméstica de las abejas, la europea, en búsqueda de una mayor productividad si se mezclaba el rendimiento de aquellas con el carácter doméstico de éstas. Pero buena parte de los ejemplares se escaparon antes de poder realizar el cruzamiento y a partir de ese momento ha sido imparable su dispersión y extensión a partir del núcleo brasileño original, a una velocidad media de unos 500 kilómetros anuales, calculándose que han dado lugar a la existencia actual de más de 150 millones de colonias de abejas salvajes africanas que se extienden por la mayor parte de Sudamérica, la América Central y, desde octubre de 1990, algunos estados sureños de USA, hasta alcanzar Louisiana, esperándose que en su avance lleguen pronto hasta Carolina del Norte.
 
Esta invasión ha tenido funestas consecuencias económicas para el sector, así como para algunos cultivos agrícolas. Por ejemplo, tras alcanzar Venezuela en 1976, la producción de miel se redujo desde 1.300 hasta 78 toneladas métricas; en Panamá, país tradicionalmente exportador, las pérdidas se estimaron en un 80%. En Estados Unidos las pérdidas directas en descenso de producción de miel, ceras y productos derivados representan más de quince mil millones de pesetas anuales, pero el impacto potencial sobre el proceso natural de polinización, necesario para muchas cosechas, es de una cuantía mucho mayor por lo que científicos, agricultores, políticos, etc. intentan aunar sus esfuerzos en forma de una especie de guerra santa contra esta plaga popularmente conocida como la de las abejas asesinas.
 
Las abejas, Apis mellifera, no son nativas de América, sino que proceden de Europa y África, existiendo dos variantes de una misma especie, denominadas europea y africana respectivamente, que han desarrollado diferentes características de acuerdo con sus respectivos hábitats templado y tropical. Las abejas europeas, domesticadas en el clima templado de Europa o de Norteamérica son buenas productoras de miel, pero no ocurre lo mismo con ellas en un clima más tropical de tipo latinoamericano. Lo contrario sucede con las africanas, que además son mucho más agresivas y poco aptas para su domesticación. Tras el incidente brasileño lo que ocurrió fue que las abejas africanas salvajes se cruzaron con las de las colmenas domésticas que encontraron a su paso lo que condujo a una africanización de la descendencia acompañada de drásticos cambios. Por ejemplo, la construcción de las celdillas por parte de las dos clases de abejas es diferente. En el caso de las africanas son más pequeñas y tienden a formarlas incontroladamente en rocas, árboles, edificios, coches abandonados, conducciones de aire, etc. Por otra parte, las abejas africanas poseen una gran velocidad reproductiva y de formación de nuevos enjambres, cuyo número puede ser 10 o 15 por año en lugar de uno como ocurre en el caso de las europeas. Más aun, esas abejas suelen ser muy nómadas, abandonan rápidamente los nidos y su agresividad alcanza límites muy elevados, de modo que solo en Venezuela se registraron medias de unos quince fallecimientos mensuales como consecuencia de su ataque a humanos. 
 
Por todo ello la invasión de un territorio por las abejas africanas y la africanización posterior de las colonias domésticas previas existentes hace prácticamente inviable la explotación comercial de éstas, lo que se traduce no solo en el descenso de la producción de miel y sus derivados sino en otros perjuicios peores. En efecto, en países agrícolamente avanzados, como USA, los cultivos se hacen en grandes extensiones con complicados tratamientos intensivos con pesticidas, por lo que en el entorno prácticamente no hay casi abejas nativas. Como por otra parte existen numerosas cosechas que exigen una polinización previa adecuada como son los casos de almendras, manzanas, ciruelas, aguacates, arándanos, melones, etc., la solución a esta necesidad consiste en alquilar a los apicultores colmenas de abejas en la época anual adecuada a fin de que se produzca una buena polinización. Ello supone una inversión anual superior a los seis mil millones de pesetas, que aun siendo una cifra alta es solo una pequeña proporción del valor económico que se le atribuye a la polinización, que supera el billón de pesetas por año. Por ello es causa de gran preocupación la casi desaparición de las colonias domésticas que tiene lugar tras la invasión por las africanas que, además, dadas sus características, compiten muy ventajosamente. Aparte de ello ocurren otra serie de impactos ecológicos, sobre todo en los ecosistemas forestales tropicales, en los que son componentes esenciales de los mismos las abejas y las plantas polinizables por ellas. La llegada de un potente competidor de las abejas naturales para el néctar y el polen que necesitan, puede tener efectos muy adversos. También el proceso afecta a otra población específica de abejas tropicales salvajes, las no picadoras, que se caracterizan por carecer de aguijones que los sustituyen por una especie de barrenas con las que inyectan sus venenos.
 
Para complicar más la situación, hasta la fecha no se conoce ninguna enfermedad, pesticida o agente controlador que pueda actuar diferencialmente contra las abejas africanas y que no tenga efecto sobre las europeas. Una barrera natural contra la invasión la constituye el propio clima, tal como ha ocurrido en el norte de Argentina con la cordillera de los Andes o lo que es previsible que suceda con el norte de USA, más allá de Carolina del Norte, es decir regiones con fríos inviernos. Hasta que no aparezcan otras más eficaces, las medidas de control existentes han de reducirse a las de tipo protector, defensivo y a las educativas a fin de minimizar los efectos indeseables inevitablemente producidos. Por ello la reflexión final que se deriva del caso de las abejas africanas es la lección de lo extremadamente delicado que es el equilibrio ecológico de nuestro planeta en el que una pequeña modificación, aparentemente insignificante, puede conducir a consecuencias de gran magnitud y, lo que es peor, frecuentemente incontrolables.
 
Información adicional
* Las abejas son insectos miembros de la superfamilia Apoídea, orden Himenopteros, existiendo más de 12.000 especies conocidas con tamaños desde uno a tres centímetros. La domesticada, productora de miel, pertenece a la subfamilia Apinae y su vida social en colonias constituye una excepción a la regla general de vida solitaria de la mayoría de las abejas.
 
* El proceso de domesticación de las abejas se remonta al final del periodo Neolítico y la importancia de la miel en la historia de la nutrición humana ha sido extrema. Basta con recordar que hasta hace 200 años la miel era el único agente edulcorante popular conocido. También se usó mucho la cera de abejas y su veneno en Medicina. Incluso con fines bélicos se llegaron a utilizar aguijones de abejas para envenenar a los soldados enemigos.
 
* La abeja reina se aparea en su vuelo nupcial con varios zánganos, operación que repite en días sucesivos, guardando en su interior, de por vida, todo el esperma recibido. El insecto posee una bomba muscular especializada que le permite controlar la salida de los espermatozoides almacenados, con lo que la fertilización de los huevos se regula a voluntad, de modo que debido a su diferente dotación cromosómica, los no fertilizados, haploídes, dan lugar a zánganos y los fertilizados, díploídes, originan hembras que, según su crianza, se convierten en obreras o reinas.
 
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