Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

¿Por qué nos bronceamos en verano?

La luz blanca se transforma en color tras su interacción con la materia a través de dos mecanismos diferentes, absorción y dispersión, comprendiendo este último los fenómenos de reflexión, refracción y difracción

La luz blanca se transforma en color tras su interacción con la materia a través de dos mecanismos diferentes, absorción y dispersión, comprendiendo este último los fenómenos de reflexión, refracción y difracción. En los seres vivos la existencia del color tiene no sólo un papel ornamental, sino que cumple otras funciones importantes como son, por ejemplo, en el reino animal, los de camuflaje (camaleón), defensa (tinta de calamar) o atracción sexual (aves).
 
En los humanos el color de la piel y del pelo, aparte de otros factores, depende principalmente de la producción y disposición de un tipo de pigmento, absorbente de la luz solar, denominado melanina. Es el mismo tipo de pigmento que aparece cuando cortamos una alcachofa, una patata, una manzana o un plátano y dejamos la superficie cortada expuesta al aire durante unos minutos. Desde un punto de vista bioquímico, lo que ocurre en todos estos casos es que ciertos sustratos de naturaleza química fenólica, tales como catecoles, tirosina o dopa, se oxidan mediante el oxígeno atmosférico, catalizada la transformación por la enzima tirosinasa tras un complicado camino de conversiones y polimerizaciones todavía no conocidas en su totalidad. 
 
Todo ello da lugar a la formación de los pigmentos melaninas en el rango desde el amarillo hasta el negro, según cada caso, lo que en los humanos se traduce en la diversidad racial, desde los albinos (ausencia de melaninas) a los caucasianos, orientales, pelirrojos o negros.
 
Indudablemente si fuésemos capaces de conocer todas las características biológicas del proceso de melanización y de controlar sus posibles regulaciones, entonces tendríamos en nuestras manos la posibilidad de adquirir cada uno de nosotros el tipo de coloración y bronceado que deseáramos. Pero aparte de que ésta no es aún la situación actual, lo destacable es que el interés de la melaninas radica no sólo en este aspecto más o menos cosmético e importante, sino en su excelente papel protector contra las radiaciones solares, especialmente las ultravioletas, que tras penetrar nuestra epidermis alcanzan las células y pueden alterar las estructuras de ácidos nucleicos, proteínas y otros componentes, llegando a desencadenar ciertos procesos cancerígenos de la piel, tales como los melanomas malignos.
 
En los mamíferos, y por tanto en el hombre, la biosíntesis del pigmento melanina se realiza en orgánulos subcelulares especializados, los melanosomas, situados en unas células específicas, los melanocitos, que se agrupan usualmente con otras células, los queratinocitos, principalmente en la unión entre la dermis y la epidermis.
 
En un individuo de tipo caucasiano blanco existen en total unos dos mil millones de melanocitos que ocuparían un volumen total de tan sólo 1,5 centímetros cúbicos si se juntasen todos. Su densidad máxima se encuentra en la cara y la mínima en las zonas del cuerpo menos expuesta al sol, ya que la radiación solar favorece la actividad melanocítica y por tanto la fabricación de melanina. Las personas de raza blanca poseemos melanosomas muy pequeños y que tienden a agregarse tras transferirse al interior de los queratinocitos. La acción de las radiaciones ultravioletas presentes en las radiaciones solares provoca que cambie el patrón de distribución de los melanosomas, asemejándolos a los que se presenta n en la raza negra, que se distinguen por su gran tamaño y su no tendencia a agregarse.
 
Como es lógico, en la raza negra hay siempre mayores porcentajes que en la blanca de melanosomas y biológica mente son más maduros. La complejidad del proceso de formación y distribución de la melanina en la piel y el pelo de mamíferos se debe a la intervención de múltiples factores, que pueden ser de naturaleza genética o epigenética, congénitos o adquiridos durante el desarrollo. El patrón de pigmentación de la cebra o el tigre, y el fenómeno denominado piebaldismo en los humanos, son exponentes del comporta miento genético en la regulación del proceso. Desde el punto de vista hormonal, interviene de un modo especial la hormona estimulante de melanocitos (MSH), pero en algunas situaciones otras hormonas pueden afectar significativamente: pigmentaciones en embarazadas y en pacientes de la enfermedad de Addison.
 
Numerosos científicos en todo el mundo estudian los variados aspectos de la pigmentación normal y patológica, agrupándose en diversas sociedades científicas, tal como ocurre en Europa con la ESPCR (Sociedad Europea para la Investigación de las Células Pigmentadas), nacida en España y concretamente en Murcia, hace unos años, con motivo de la celebración de un Workshop internacional sobre estos temas.
 
En resumen, el proceso de la pigmentación (y el bronceado) posee unos componentes genéticos y hormonales característicos de cada persona, sobre los cuales sólo se puede influir actualmente de un modo limitado, aunque el conocimiento básico avanza con gran rapidez, habiéndose por ejemplo clonado el gen de la enzima tirosinasa. El resto de modificadores puede incluir estimulantes de la ruta tales como las radiaciones solares UV o las cremas bronceadoras conteniendo activadores precursores de la melanización e incluso melaninas sintéticas. Otros modificadores operan en sentido inverso, controlando la pigmentación, e incluyen a absorbentes o filtros de las radiaciones UV y a inhibidores de las conversiones químicas.
 
Dada la estrecha relación existente entre exposición al sol, melaninas e incidencia de melanomas malignos, en un próximo artículo abordaremos la situación sobre estos aspectos tan trascendentes, y más en una zona geográfica tan soleada como es la del Sureste de España.
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