Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

El caso Lysenko

¿Qué pensaría Ud. si alguien le asegurara que por simples manipulaciones ambientales era capaz de transformar una clase de trigo en otra, el trigo en centeno, la cebada en avena, los guisantes en algarrobas, las algarrobas en lentejas, las coles en nabos, los abetos en pinos e incluso los vegetales en animales?

¿Qué pensaría Ud. si alguien le asegurara que por simples manipulaciones ambientales era capaz de transformar una clase de trigo en otra, el trigo en centeno, la cebada en avena, los guisantes en algarrobas, las algarrobas en lentejas, las coles en nabos, los abetos en pinos e incluso los vegetales en animales? Sin duda, descartado el milagro, lo calificaría de superchería. 
 
Lo asombroso es que este tipo de afirmaciones constituyeron durante varias décadas los fundamentos de la genética oficial imperante en un país tan importante y de logros científicos extraordinarios en diversos campos como lo era la Unión Soviética. Y ello ocurría hace pocos años, cuando los estudiantes del resto del mundo estaban familiarizados con la estructura helicoidal del ADN, el papel de los genes, etc., es decir con las bases elementales de la genética moderna. Por ello, el caso Lysenko, bien conocido por los conocedores de las Ciencias de la vida, puede ser ilustrativo para el lector medio, alejado del mundo científico, de las aberraciones que se producen cuando se pretende encorsetar a la ciencia dentro de unos planteamientos dogmáticos en lugar de respetar sus propias leyes.
 
Como cualquier otra actividad humana, la científica, puede ser objeto de manipulaciones y usarse como pretexto de las mayores barbaridades. Una de las peores tentaciones es la de su dogmatización, cuando se pretende convertirla en instrumento ideológico en apoyo de una determinada doctrina. De acuerdo con su etimología griega, la palabra dogma hace referencia a la existencia, dentro de una doctrina religiosa, de unos principios básicos axiomáticos que han de profesarse como esenciales, sin necesidad de razonarlos. Por el contrario, la ciencia, que nace como consecuencia del esfuerzo del hombre por conocer la naturaleza del mundo físico, se construye mediante la observación y la experimentación que permiten deducir las leyes generales a las que está sometido nuestro universo.
 
A partir de la revolución de 1918, la ideología comunista imperante en la recién nacida Unión Soviética tenía uno de sus sustentos ideológicos en el concepto de la maleabilidad de la naturaleza humana, en su gran capacidad de transformación. Para reforzar ello, nada era más conveniente que resucitar el lamarquismo, una teoría enunciada un siglo antes por Jean Lamarck (1744-1829), quien proponía que las características adquiridas por los seres vivos, merced a su interacción con el ambiente, se transmiten a las generaciones siguientes. El lamarquismo fue muy debatido en el siglo XIX, llegando a contar entre sus defensores al propio Charles Darwin, pero los avances de la genética hicieron que el mundo científico aceptase pronto que de generación en generación solo se transmite lo que expresan los genotipos correspondientes, en lenguaje vulgar lo que está en los genes, lo que no es incompatible con el hecho de que algunos factores ambientales agresivos como la radiación ultravioleta o ciertas sustancias químicas puedan alterar el genotipo parental, que en ese caso será transmitido, modificado, a los descendientes.
 
(Nota del 2017: Habría que hacer unas leves matizaciones hoy dia, con nuestros conocimientos actuales sobte la Epigenética
 
Trofim D. Lysenko, un hombre de formación agronómica muy limitada, convirtió en la URSS el lamarquismo a ultranza en el instrumento útil al servicio de la ideología imperante, reconvertida en dogma científico. Las aventuras de Lysenko comenzaron en una remota estación agrícola del norte del Cáucaso, redescubriendo la vernalización, un procedimiento conocido desde mediados del siglo XIX, en un intento de mejorar las cosechas invernales de trigo. Para ello humedecía y refrigeraba las semillas que, plantadas en primavera, completaban su ciclo de vida de un modo más corto que lo normal, lo que hacía que se cosechasen antes del otoño, lo que resultaba de gran valor en una región de veranos muy cortos.
 
Este relativo éxito obtenido le valió a Lysenko ocupar un puesto importantísimo en el Instituto de Genética de Moscú, donde desarrolló una disparatada trama seudocientífica en la que se mezclaba la vernalización con la lucha de clases contra los científicos a quienes llamaba despreciativamente mendelistas, o contra los granjeros que eran calificados de enemigos del pueblo. El "Bravo, camarada Lysenko, bravo" que en cierta ocasión profirió Stalin en una sesión del Congreso del Partido, constituyó el apoyo definitivo para esta inventada nueva genética, denominada michurinista en honor a Michurin, un agricultor práctico que había cosechado éxitos injertando árboles frutales. Como en esa extraña genética los conceptos de genes y cromosomas estorbaban, simplemente se rechazaba su existencia y se declaraba que la base hereditaria era la totalidad de la célula, que se desarrollaba y transformaba en el organismo. En una época en la que la naturaleza del ADN era ya universalmente admitida la genética oficial soviética afirmaba que los cromosomas y el ADN no eran sino simples deificaciones debidas a la superstición materialista. Peor aún, tras la muerte de Stalin, Kruschev siguió apoyando tan disparatadas ideas que negaban hechos tan evidentes como la existencia de hormonas vegetales, de enfermedades víricas de las plantas, o la consecución del maíz híbrido obtenido por mejora genética en los Estados Unidos, que era definido como una simple estafa de los genetistas para servir a los intereses superiores de las compañías capitalistas. Por el contrario, se exhibían los éxitos oficiales de la nueva genética, con la interconversión de variedades vegetales, transformación de unas especies en otras, etc., habiendo de esperar hasta el fin de la etapa Kruschev y del propio Lysenko para que se descubriesen que todo había sido una inmensa superchería, con informes y datos falseados durante más de cuarenta años, con las consecuencias finales de pérdidas de billones y billones de rublos, desastrosas aventuras agrícolas, reforestaciones fracasadas, encarcelamiento y muerte de numerosos científicos que se atrevieron a discrepar de la ciencia oficial, aparte del tremendo atraso producido, aun sin recuperar, en las ciencias biológicas, en contraste con el adecuado desarrollo en la URSS de otras ramas científicas y tecnológicas.
 
El caso Lysenko constituye una tremenda lección para rechazar cualquier intento de instrumentalizar la ciencia, a la que hay que respetar su independencia, lo que no significa la supresión de los necesarios controles sociales hacia sus actividades.
 
 
Información adicional
 
* La genética de Lysenko rechazaba de plano el concepto de competencia intraespecífica, entre variedades o individuos de la misma especie, defendiendo por el contrario la interespecífica, es decir la lucha entre especies diferentes (“la lucha de clases”). De ahí que postulase la plantación de árboles en grupo cerrado, basada en la suposición de la cooperación y no competencia entre ellos. Sin embargo, tras un gran intento de reforestación basado en esos principios, a los pocos años solo sobrevivían el 15% de los árboles plantados.
 
* El destino de los científicos que no aceptaron la dogmática nueva genética fue bastante parecido. Salomon Levit, director del Instituto de Herencia Humana fue encarcelado y el Instituto cerrado. También fueron detenidos los genetistas Agol y Levin y los biólogos Levitsky, Govorov y Kovalev y se destituyeron a 31 de los 35 miembros del Instituto de Genética, pero peor fue la suerte del director del Instituto de Cultivo de Cereales, Saratov, quien desapareció y su puesto en la Academia de Ciencias fue ocupado por el propio Lysenko.
 
*La sesión plenaria del Consejo de los Comisarios del Pueblo de 1964 llegó a aprobar la adopción del método propuesto por el lysenkoismo que aseguraba que los toros pequeños, dotados de la propiedad de tener una descendencia cuyas hembras producían leche de alto contenido graso, cruzados con vacas grandes darían lugar a una descendencia en la que dominaría la propiedad del padre y producirían excelente leche grasa y en gran cantidad. Los resultados, mantenidos ocultos y falseados durante algunos años, fueron que la producción por vaca disminuyó en 2.660 litros anuales.
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