Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

Atlanta 96: ¿cuáles son los límites?

Al abrirse una nueva edición de las Olimpíadas, la frase "lo importante no es ganar sino participar" del barón de Coubertin suena a lugar común, sin sentido ya que, en el deporte olímpico actual, la máxima podría ser "citius, altius, fortius", es decir, "más rápido, más alto, más fuerte". Así lo exige el espectáculo.

El deporte-espectáculo mueve ingentes intereses económicos a los que se supedita todo, incluso la salud de los deportistas. Cuando la competición deportiva se lleva al límite, las consecuencias posteriores se convierte en fuente de complicaciones para la salud del deportista, cuya obsesión, en el momento de competir, es la de alcanzar y rebasar la marca, ser el campeón local, regional, nacional, olímpico o del mundo, olvidándose de su salud, sobre todo de la futura. Las masas, el espectáculo exige al deportista que bata marcas, cosa que viene sucediendo con regularidad hasta ahora, pero ¿seguirá siendo ello posible?, ¿existen condicionantes científicos para los rendimientos deportivos, de modo que existan unos ciertos límites infranqueables?. Aunque la respuesta no sea única ni coincidente, por parte de los especialistas en medicina y fisiología deportivas si existen algunos indicios claros al respecto, que vamos a considerar.

LA TERMODINÁMICA. Desde el punto de vista energético, cualquier ser vivo y, por ende, cualquier humano o deportista se puede comparar a una máquina que ha de seguir rigurosamente los principios físicos de la Termodinámica: ni se crea ni se destruye la energía, simplemente se transforma. Por ello, el esfuerzo realizado en cualquier actividad física es cuantificable en términos de energía (Kilocalorías o Kilojulios), y esa energía ha de proceder de las reservas energéticas del individuo, que no son ilimitadas ni en cantidad ni en la velocidad de su disposición. Por otra parte, un gran científico de la medicina deportiva, el Dr. Astrand, dijo en su día: "estoy convencido de que cualquier interesado en ganar medallas de oro olímpicas debe seleccionar muy cuidadosamente a sus padres". Con ello pretendía insistir en la importancia del condicionamiento genético, limitante del rendimiento energético humano que, por otra parte, se puede modular ampliamente, pero no indefinidamente, mediante el entrenamiento y los hábitos de vida adecuados.

Simplificando la cuestión al extremo se puede afirmar que existen diversas actividades físicas situadas entre dos extremos: por una parte las que suponen esfuerzos muy intensos y de pequeña duración; por otra parte las más prolongadas pero de menor intensidad energética. En las del primer tipo, tales como el levantamiento de pesas, algunos lanzamientos, carreras cortas, etcétera, la energía ha de ser suministrada en gran cantidad y casi instantáneamente. Por ello, se acude fundamentalmente a las reservas musculares de ATP (la moneda energética de los seres vivos), de creatinfosfato y de glucógeno muscular, metabolizables anaerobiamente, rapidísimamente. Por ello, esos atletas suelen poseer gran masa muscular y su entrenamiento se dirige a incrementar esas reservas energéticas. Por el contrario, el metabolismo aerobio, propio de las actividades deportivas de esfuerzo largo continuado, necesita oxígeno, siendo más lento y de menor intensidad, ya que viene acotado por el sistema respiratorio, el circulatorio, la operacionabilidad oxidativa celular (mitocondrias, enzimas), la adecuada regulación del sistema endocrino y la cuantía y disposición de las reservas energéticas oxidables, fundamentalmente procedentes del glucógeno muscular y del tejido adiposo. El mayor rendimiento, por litro de oxígeno, se obtiene del glucógeno muscular y el esfuerzo se favorece con la capacidad muscular y circulatoria. Ello explica algunas prácticas alimenticias de estos deportistas, así como que el biotipo del corredor de maratón sea, por ejemplo, tan diferente del aspecto del corredor de 100 metros.

LÍMITES TEÓRICOS. Circunstancias como las anteriores apuntan a la obligada existencia de límites individuales para la intensidad del esfuerzo. En el deporte anaerobio la masa muscular no puede crecer indefinidamente, ya que, en un momento dado, su magnitud dificultaría el propio esfuerzo. Tampoco, en el caso aerobio, la capacidad pulmonar es ampliable más y más. Se pueden argüir argumentos contra las limitaciones, como el hecho de que ninguna de las actuales marcas olímpicas sea anterior a 1980. Pero ello no invalida la existencia teórica de unos límites, lo que quedará más claro con un ejemplo: supongamos que en una serie sucesiva de saltos de longitud siempre fuésemos capaces de superar en cada salto la mitad de la ventaja obtenida entre los saltos penúltimo y antepenúltimo. Ello significa que en cada salto batiremos la marca anterior. Y ello indefinidamente, lo que parece indicar la inexistencia de un límite máximo. Pero cualquier alumno de matemáticas elementales sabe que sí lo hay. Si en el primer salto se alcanzó una determinada longitud, por ejemplo, 4 metros, por infinitos saltos superadores que realicemos, nunca podríamos sobrepasar el doble de esa longitud inicial, al valor límite de 8 metros, al que nos aproximaríamos infinitesimalmente. Este, pues, sería el límite, en este caso. Por ello, la pregunta la podríamos hacer de otro modo: ¿se encuentran las actuales marcas deportivas olímpicas muy cerca de sus límites teóricos?.

LÍMITES REALES. El fisiólogo Dr. Diamond ha estudiado 37 especies animales diferentes, incluido el hombre, valorando su gasto energético en situación de descanso y de alta intensidad energética. La intensidad metabólica de una especie respecto a otra, ambas en reposo, puede variar en un rango de 30.000 veces (piénsese en un saltamontes y un león). Sin embargo parece existir una limitación universal para todas las especies, de modo la actividad metabólica, en máximo ejercicio, supera raramente 7 veces la del metabolismo basal, en reposo. Ello supondría para los humanos un límite energético diario máximo, con máximo ejercicio, de unas 10.000 Kcal.

La explicación de muchas marcas actuales hay que buscarlas, por tanto, más que en un mejor rendimiento, en factores externos tales como mejora de pistas, equipamiento, vestido o calzado. En la Olimpiada de Berlín de 1936 el mítico Jessie Owens asombró al mundo con sus 10,3 segundos en los 100 metros. En la Olimpiada de Seúl de 1988 el no menos mítico Carl Lewis conseguía los 9,92 segundos. Pero ¿qué ocurriría en una hipotética competición entre ambos, en iguales condiciones?. No podemos olvidar que Owens corrió en 1936 con calzado de cuero y sobre una pista compactada de ceniza. Otro ejemplo es el de la jabalina, cuya marca varió solo 5 cm desde 1942 a 1960. La introducción de la fibra de vidrio ha supuesto, hasta hoy, superar la marca en 132 centímetros.

Quizá el que seamos conscientes de que nos estamos acercando a los límites energéticos del rendimiento pudiera tener consecuencias favorables, si ello sirviera para retornar a 1887, cuando el joven barón Pierre de Coubertin, a sus 24 años, se embarcó en el propósito de revivir los ideales de los antiguos Juegos Olímpicos griegos, poniendo más énfasis en la participación que en la exagerada competición.

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