Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

Alzheimer, ¿un diagnóstico precoz?

Cuando, hace algo más de un año, el ex-presidente americano Ronald Reagan comenzó a sufrir algunos lapsos de memoria, los médicos lo sometieron a una compleja batería de exámenes de tipo físico y sicológicos que no concluyeron hasta pasados más de doce meses. El diagnóstico del mal que aquejaba al distinguido paciente correspondía a las primeras manifestaciones de la enfermedad de Alzheimer o demencia senil.

El ejemplo es representativo de la carencia de un buen método de diagnóstico para esta afección. Hasta ahora, el único camino definitivo de confirmación consistía en realizar la autopsia, con la observación del tejido nervioso del cerebro de las personas afectadas. Pero, es una realidad que, conforme la población mundial envejece al alargarse su vida media, los geriatras se ven requeridos, cada vez más frecuentemente, por pacientes que muestran ciertos fallos de memoria y otras disfunciones mentales. En estas situaciones sería de gran utilidad disponer de un diagnóstico sencillo que permitiese distinguir si el problema tiene su causa en algo tratable, como depresión, sobremedicación, estrés o deficiencias vitamínicas. En tal caso, la terapia a seguir es muy simple, mientras que si se trata de la enfermedad de Alzheimer la situación, por ahora, es degenerativa y sin solución adecuada. Y no podemos ignorar que esta enfermedad afecta a más de veinte millones de personas en el mundo. Concretamente, una de cada diez personas con edad superior a los 65 años, y la quinta parte de los que tienen entre 75 y 85 años, llegando el porcentaje a ser el 45% de los mayores de 85 años. En España, con una población media de edad avanzada, el número de afectados supera el medio millón de personas.

PROTEÍNA AMILOIDE. La enfermedad se caracteriza por una progresiva pérdida de la memoria y por el deterioro del resto de las funciones mentales, como la atención. Se debe esto a que ocurre una extensa muerte o destrucción neuronal con los fallos correspondientes de las sinapsis o intercomunicaciones neuronales que usualmente tienen lugar en las regiones del cerebro relacionadas con tales procesos mentales. En dichas regiones ocurre una acumulación anormal de estructuras de neurofibrillas, con proteínas del citoesqueleto inusualmente fosforiladas, así como grandes depósitos de una proteína anormal, denominada proteína amiloide. El problema del diagnóstico radica en que, tanto la presencia de amiloide, como la de neurofibrillas anormales, se detectan por ahora tan solo histopatológicamente, mediante el examen microscópico del tejido cerebral. Cualquier otro diagnóstico alternativo de Alzheimer necesita un gran número de pruebas neurofisiológicas y posee solo una relativa fiabilidad. Se calcula que, actualmente, desde un 25 al 40% de ellos pueden ser erróneos.

En estas últimas semanas parece que la situación ha cambiado y que podríamos estar en condiciones de efectuar un diagnóstico más seguro e incluso precoz de la enfermedad. En la revista Science del pasado día 11 de noviembre se incluye una Investigación a tal fin, dirigida por el doctor Huntington Potter, neurocientífico del departamento de Neurobiología de la Harvard Medical School de Boston. El asunto es de gran interés ya que, aunque ahora la enfermedad sea intratable, la existencia de un diagnóstico precoz, antes de que se evidencien los síntomas clínicos, sería doblemente útil. Permitiría, por una parte, eliminar la angustia de algunos sospechosos de poseer la enfermedad, cuyas patologías tienen otro origen. Por otra parte, para los que efectivamente serán enfermos posteriores, facilitaría el uso de fármacos especiales que procuren aminorar el deterioro mental antes de que se inicie. Y, en el futuro, ello sería importante, sobre todo si, dentro de un cierto número de años, se puede realizar alguna terapia génica al respecto.

DOWN. El Dr. Potter hace algún tiempo que reflexionaba sobre las similitudes existentes entre los pacientes del síndrome de Down, trisomía 21 o mongolismo y los de Alzheimer. Los afectados de Down que superan los 30 años suelen desarrollar lesiones cerebrales y demencias que se parecen a las propias de los Alzheimer. Basado en ello, el Dr. Potter pensó en la posible existencia de alguna característica fisiopatológica que, estando presente en el síndrome de Down, también se diese en los Alzheimer. En concreto, se habían publicado algunos estudios sobre pacientes de Down indicando que eran hipersensibles a fármacos que bloquean los efectos del neurotransmisor acetilcolina. Entre estos fármacos se encuentra la tropicamida, un análogo sintético de la atropina, que se utiliza rutinariamente por los oftalmólogos como dilatador de las pupilas oculares y que suele producir una mayor dilatación en los enfermos de Down que en las personas normales.

Con estas ideas en su mente, el Dr. Potter se puso en contacto con algunos colegas clínicos y científicos del Beth Israel Hospital de Boston para intentar desarrollar una prueba sencilla con la que medir la dilatación de las pupilas. Los oftalmólogos emplean la tropicamida entre el 0,5 y el 1%, con lo que consiguen la máxima dilatación en una media hora, pero Potter y su equipo eligieron una concentración mucho menor, del 0,01%, con la cual las personas normales prácticamente no son afectadas. Las medidas de dilatación de las pupilas las cuantificaron con un sistema gráfico de vídeo y realizaron las correspondientes tomas varias veces durante una hora, tras la aplicación de la tropicamida. Los pacientes se situaron previamente en un ambiente de tenue iluminación y la administración se hizo en un solo ojo, elegido al azar, con una gota de la disolución, mientras el otro ojo, como control, recibía una gota de agua. Los profesionales encargados de la administración y de las medidas desconocían los contenidos respectivos de los dos frascos utilizados.

RESULTADOS. Los resultados obtenidos han sido extraordinariamente prometedores. En total, se investigaron 58 personas con una edad media de 72 años. Algunas sufrían Alzheimer, otras eran sospechosas y el resto eran aparentemente normales y se encontró que en las personas sanas la dilatación de la pupila era solo de un 4%. Pero, en otros casos, tales como en 18 de los 19 pacientes con Alzheimer, la dilatación fue mucho mayor, como mínimo el 13%. Muy importante ha sido el de dos casos en que el diagnóstico de la pupila resultó ser positivo, aunque las personas eran aparentemente normales, todavía sin ningún síntoma de Alzheimer. Con posterioridad, ambas, casi un año después, comenzaron a desarrollar tales síntomas. Por ello, el diagnóstico parece ser muy eficaz y también poseer carácter predictivo, lo que de confirmarse, permitiría la terapia neurológica de los pacientes en estado predemencial, antes de que sufran los daños neurológicos.

Desde el punto de vista científico la sencilla y al parecer eficaz prueba es explicable lógicamente, ya que las neuronas colinérgicas cerebrales, productoras de acetilcolina, están entre los principales grupos neuronales que degeneran en los Alzheimer. No es de extrañar que esa degeneración ocurra también en territorios externos al cerebro, por ejemplo el ojo, provocando la hipersensibilidad a la tropicamida. En todo caso, Plotter y su equipo, antes de afirmar que se ha resuelto el diagnóstico y prediagnóstico del Alzheimer, insisten en la necesaria precaución. Se han de estudiar muestras de pacientes mayores (diez veces o más que la investigada), cosa que ellos ya han comenzado a hacer, esperando que sus colegas de todo el mundo también hagan lo mismo, a fin de recopilar datos al respecto. Se espera que, si se confirman los resultados, ello redundará en un mejor conocimiento de la enfermedad y su desarrollo, aspectos claves para abordar en el momento que ello sea factible, su terapia.

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