Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

Lucha contra las bacterias superresistentes

El descubrimiento de la penicilina significó para la Medicina el nacimiento de una nueva era, la de los antibióticos. Los científicos se lanzaron al examen masivo de nuevas fuentes de obtención de los mismos, a partir de hongos y bacterias, en suelos, cumbres montañosas, minas o fondos marítimos, con tal intensidad que, por ejemplo, para el desarrollo de la clorotetraciclina se hubieron de aislar previamente más de 36.000 cepas de mohos.

El esfuerzo global condujo al hallazgo de unos 2.000 antibióticos naturales, de los que solo unos 80 alcanzaron aplicabilidad práctica, distribuidos en tres grandes grupos de estructuras químicas: beta-lactamas, tetraciclinas y aminoglucósidos (las penicilinas y cefalosporinas pertenecen al grupo de beta-lactamas). Simultáneamente, los químicos fueron capaces de modificar las moléculas originales de los antibióticos, dando lugar a los denominados antibióticos semisintéticos, de modo que, hoy día, casi todos los nuevos antibióticos son de este tipo, dejando patente que, de entre cada 3.000 a 10.000 sustancias semisintéticas obtenidas, tan solo una suele presentar cualidades antibióticas de interés.

RESISTENCIA. A pesar de disponer y usar este enorme arsenal terapéutico puesto a nuestra disposición, causan inquietud los fenómenos de la resistencia de las bacterias a los antibióticos y la fácil transmisión de esta resistencia entre cepas diferentes. Ello ha hecho que muchos médicos se pregunten si no terminaremos volviendo a los días previos a la penicilina, cuando infecciones aparentemente pequeñas podían ser letales al no disponer de fármacos efectivos para combatirlas. Otra circunstancia que ha tenido una repercusión negativa es que, a mediados de los 80, las compañías farmacéuticas estaban convencidas de que ya se había conseguido el éxito contra las bacterias. En consecuencia, decidieron, de un modo muy general, dedicar sus inversiones de Investigación hacia la obtención de agentes antifúngicos y antivíricos, de acuerdo con lo que creían leyes del mercado. Mientras que un nuevo antibiótico tendría que luchar duramente para conseguir ganar una pequeña cuota de las ventas de un mercado repleto, la obtención de un eficaz antivírico podría capturar un potencial mercado casi virgen y de gran enormidad. Ahora bien, lo que ocurrió entre tanto fue que algunas bacterias, como ciertas cepas de Mycobacterium tuberculosis y Enterococcus, llegaron a desarrollar resistencia frente a todos los antibióticos conocidos. Y cada vez es mayor la lista de las cepas de bacterias que presentan ese fenómeno y que ya solo son sensibles a un único antibiótico. Stuart Levy, prestigioso científico de la Facultad de Medicina de Tufts, en USA, compara la situación actual respecto a la denunciada por él hace 4 años diciendo que: todo lo que advertimos es ahora verdad, excepto que el problema ha empeorado. Por ello el propio Gail Cassell, presidente de la Sociedad Americana de Microbiología, piensa al respecto que: "estamos en una encrucijada muy crítica".

El fenómeno de la transferencia de resistencia a los antibióticos por parte de las bacterias no responde a un único mecanismo. Depende de la naturaleza y modo de actuación del propio antibiótico. Tras mutaciones en sus genes, los microorganismos han desarrollado estrategias tan diversas como las que conducen a los siguientes efectos: reducción de la penetración en el interior de la célula (cloranfenicol); expulsión del antibiótico del interior de la célula bacteriana (tetraciclinas); modificación del lugar que es sensible al ataque del antibiótico para reducir su efectividad (eritromicina); fabricación de enzimas que inactivan al antibiótico por hidrólisis (beta-lactamas) o por modificación de su estructura (cloranfenicol); secuestro del antibiótico mediante proteínas enlazantes específicas (ácido fusídico); creación de nuevas vías metabólicas que soslayen la acción bioquímica del medicamento (sulfonamidas); enlace específico al antibiótico de proteínas inmunológicas (bleomicina), etcétera. Ante esta habilidad o inteligencia de las bacterias, ¿qué podemos hacer?.

POSIBILIDADES. Podemos hacer muchas cosas. En primer lugar, hay que realizar un uso juicioso y médicamente controlado de los antibióticos existentes. La automedicación y el abuso conducen inexorablemente a la creación de nuevas cepas resistentes. Hungría, junto con España, era líder mundial de esas malas prácticas, con lo que, al igual que en nuestro país, a finales de los 80 se llegó a encontrar que más del 50% de los neumococos aislados en aquel país eran resistentes a la penicilina. La alerta sobre el tema, a través de un organismo fundado a tal fin, hizo que el consumo indiscriminado de la penicilina disminuyese, con lo que se ha conseguido que esa resistencia se redujera hasta el 34% en el año 1992, cifra aun lejana de la existente en otros lugares del mundo.

También hemos de conocer más sobre nuestras propias sustancias antibióticas naturales, tema al que la Fundación Ciba dedicó recientemente una excelente reunión internacional, en la que se ha profundizado sobre el sistema denominado como de inmunidad no-específica, presente en vegetales, animales y, desde luego, en el hombre. Cada vez se descubren más sustancias de este tipo de diverso peso molecular, de naturaleza oligopeptídica (unos pocos aminoácidos) o proteica, cuya producción puede ser parte de la estrategia del organismo huésped hacia la infección bacteriana. Se encuentran presentes no solo en los gránulos de los fagocitos, células que desde el siglo XIX sabemos que son capaces de matar a los microbios que ingieren, sino que también se han localizado proteínas antimicrobianas en lugares como fluido seminal, linfa y plasma. Indudablemente, la Investigación profunda sobre la naturaleza y acción de estas sustancias, de las que se han descrito ya unas 15 familias distintas, permitirá su aprovechamiento terapéutico en el futuro.

Otro camino prometedor es el de fabricar nuevos antibióticos ya que aunque los gérmenes siempre puedan dar un paso más que los científicos, estos han de estar preparados para responder eficazmente a ello. Los antibióticos totalmente sintéticos por ahora tienen el inconveniente de ser caros de producir, pero varias compañías ya tienen algunos en fases muy avanzadas de elaboración. Por la novedad que sus estructuras químicas significan hacia los sistemas biológicos, cabe esperar que el fenómeno de resistencia tarde más en presentarse en tales antibióticos sintéticos.

Las posibilidades más explotadas hasta ahora son las de modificar químicamente los antibióticos preexistentes, a fin de hacerlos más resistentes, o bien añadirles sustancias especiales que inhiban a las enzimas producidas por las bacterias para su propia defensa, con lo que el antibiótico puede realizar su acción antibacteriana sin grandes problemas. Este es el caso del desarrollo de inhibidores de la enzima beta-lactamasa, hidrolizante de los antibióticos beta-lactámicos. Otra aproximación que están realizando compañías farmacéuticas como la californiana Microcide consiste en diseñar fármacos que no lleguen a matar las bacterias sino que tan solo las desarmen, es decir, que las mantengan débiles o estáticas, sin que se multipliquen, a la espera de que la destrucción final se realice tras actuar el propio sistema inmunológico del paciente.

La lucha contra las bacterias patógenas por parte del hombre sigue siendo esforzada y difícil, haciéndose preciso incrementar las investigaciones y los fondos dedicados a este fin.

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