Ciencia y salud

Por José Antonio Lozano Teruel

El canto del dinosaurio

El canto del dinosaurio

¿Nos fascina el canto de los dinosaurios? ¿Comemos dinosaurios asados? ¿Nos entretiene criar dinosaurios parlantes? ¿Contemplamos fascinados las migraciones de dinosaurios voladores?
Cada vez hay más evidencias que nos permiten responder ‘Sí’ a esas preguntas, indicando que todo el grupo de las aves se origina no en reptiles similares al cocodrilo, como se sostuvo durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, sino de los dinosaurios. O, más claramente, que las aves son dinosaurios, del grupo de los terópodos, al que también pertenecían el tiranosaurio y el velociraptor (no confundir con los terápodos), pero que no se extinguieron hace 65 millones de años como sus parientes más grandes.


Las crecientes evidencias no son, sin embargo, decisivas. Pero son sin duda sumamente importantes, y se espera que nuevos hallazgos fósiles nos enseñen si las aves y los dinosaurios se separaron independientemente de los reptiles, si las aves son dinosaurios o, incluso, si la explicación se encuentra en otra serie de relaciones aún desconocida.
En la ciencia, cosa con frecuencia mal entendida, prácticamente todo conocimiento es provisional, es decir, se obtiene a partir de los hechos conocidos en el momento, pero puede revisarse, alterarse, afinarse, delimitarse o incluso desecharse completamente a la luz de nuevos descubrimientos y hechos antes no conocidos.


Cambios de idea


La teoría de la gravitación universal de Newton se vio delimitada cuando la cuántica y la relatividad establecieron que sus ecuaciones dejaban de describir la realidad en los niveles microscópico y macroscópico, los de lo muy pequeño y lo muy grande. Las leyes enunciadas por Newton siguen siendo válidas y nos sirven para calcular edificios, aviones, barcos, grúas, etc., a niveles donde no es necesario tener en cuenta aspectos relativistas ni cuánticos. La teoría de Newton y sus leyes se delimitaron como un caso especial de un comportamiento más complejo de la materia.


Pero, ¿por qué los paleontólogos, los taxónomos, los biólogos evolutivos o los anatomistas consideran que tienen numerosos datos para rechazar la hipótesis anterior y aceptar como «mejor hipótesis provisional» la que coloca a las aves dentro de la gran familia de los dinosaurios?


En el famoso bulldog de Darwin, el biólogo Thomas H. Huxley ya había sugerido parecidos entre los esqueletos de las aves y el coelurosaurio, pero su observación fue olvidada a favor de teorías basadas en descubrimientos posteriores. A fines de la década de 1960, John Ostrom, de la universidad de Yale, identificó 22 similitudes en estructuras óseas, las que mejor se fosilizan, como la fúrcula o clavícula peculiar de las aves, que está también presente en los terópodos y en ningún otro grupo. Hoy, los biólogos evolutivos cuentan en total 85 similitudes esqueléticas ave-dinosaurio, demasiadas para no llamar la atención. La ocasional fosilización de otros tejidos ha dado fuerza a la hipótesis, en particular la presencia de plumas en diversos restos de dinosaurios y, por supuesto, en el Archaeopteryx, una de los más antiguas aves, de 145 millones de años de antigüedad.


Sangre caliente


Otros estudios apuntan a la posibilidad de que los dinosaurios fueran animales de sangre caliente, homeotérmicos, lo que facilitaría que dieran lugar a un grupo como las aves, que necesitan tener sangre caliente para poder volar, y que los dinosaurios terópodos más pequeños se parecen más a las aves que los mayores, sugiriendo que la miniaturización fue una condición para la aparición de las aves en la tierra.


Estos descubrimientos han llevado a quienes hacen las reconstrucciones de dinosaurios a repensar la tradición, carente de bases científicas, de representar a los dinosaurios con piel escamosa y poco colorida, semejante a la de los reptiles, y que se originó en el siglo XIX, cuando se pensaba que los dinosaurios eran precisamente reptiles, y que no se abandonó cuando se demostró que estos animales eran un grupo totalmente nuevo e independiente de los reptiles que le dieron origen. Por eso hoy, en cada vez más museos, podemos ver reconstrucciones de dinosaurios cubiertos de pluma y plumón, siguiendo lo que nos van enseñando los fósiles.


Sin embargo, pese a estas similitudes, otros científicos, como Alan Feduccia y Larry Martin, destacan aparentes diferencias entre los dinosaurios y las aves, señalando que ponen en duda la hipótesis dinosáurica. Han mencionado el aparato respiratorio de los terópodos y las aves, y los huesos que dieron origen a las alas de las aves, distintos de los que dieron lugar a las extremidades de los terópodos, observaciones que por su parte han rebatido los proponentes del origen dinosáurico. La hipótesis de Feduccia y Martin es que las aves proceden de un reptil más antiguo aún desconocido.


Mientras ese ancestro no aparezca en el registro fósil, no será posible confrontar esa teoría con los hechos. El registro fósil, en general, es sumamente incompleto, cosa fácil de explicar si calculamos la superficie de nuestro planeta y el porcentaje, verdaderamente minúsculo, que se ha excavado en busca del pasado. Entretanto, hoy en día la mayoría de los paleontólogos y biólogos evolutivos aceptan la hipótesis provisional del origen dinosáurico de las aves.


En el fondo, en el mundo de la poesía que no está tan lejos de la ciencia como suponen algunos, tiene un peculiar encanto pensar que el gorrión de ciudad, la paloma, la gallina, el cisne, el ruiseñor y el avestruz sean dinosaurios, testimoniando la capacidad de la vida para sobrevivir a un desastre como el que acabó con la dominación de los dinosaurios sobre la tierra y abrió las puertas para que los mamíferos tuviéramos turno para jugar en la ruleta de la evolución.

La degradación del depredador

El Tirannosaurus rex acercándose al vehículo en Parque Jurásico, haciendo temblar el agua en el vaso, dejó honda impresión en el público. Sin embargo, podría no ser precisa, como no lo era el tamaño de los velociraptores del filme, animales que en realidad apenas tenían el tamaño de un pavo grande.


Uno de los asesores de esa película, el paleontólogo Jack Horner, propone enérgicamente que los tiranosaurios no eran feroces depredadores como gusta verlos la cultura popular, sino simples carroñeros que se ocupaban de robarle sus presas a otros dinosaurios. Para Horner, los datos paleontológicos dicen que el gran tiranosaurio rex era, en realidad, poco más que una poderosa hiena, y ni siquiera acepta el acuerdo salomónico de que fuera un carroñero que a veces cazaba o un cazador que a veces comía carroña. De ser cierto, sería sin duda el ocaso de una estrella de cine.


Y, además, emplumado.

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